Han sido días muy duros para el rock con la muerte del gran Eddie Van Halen. Fallecido hace unos días por cáncer de garganta, su partida ha representado una de las mayores pérdidas en el mundo de la guitarra. Víctima de su afición por el cigarrillo, Eddie ha visto su final en la soleada California después de haber dejado un legado que no se podrá superar. Además de la guitarra lo suyo fue la composición de la banda a la que él y sus hermano prestaron el apellido que le diera un aire galáctico, sideral, eterno.
Su virtuosismo con la banda puede sintetizarse en el punteo al que se dio el nombre de tapping, con los dedos de las manos puntear a lo largo del mástil de la guitarra. Nadie como Eddie en el estilo impactante, impresionante, envolvente del que dotó a su banda, siempre con frontmen de carisma incomparable como David Lee Roth o Sammy Hagar. Eddie no era un hombre viejo, había nacido en 1955 en Nimega, Holanda, hijo de un músico profesional que eligió como residencia a los Estados Unidos. Con su hermano, Alex, formó una banda que se aproximó de inmediato a la escena del rock duro en Sunset Boulevard, Los Ángeles.
Alex y Eddie conocieron al bajista Michael Anthony y a David Lee Roth, pescadores de triunfo en tierra de rubias. Lo importante de su encuentro es que se corroboró la fórmula del rock entre un showman y un grupo de virtuosos. Eddie dio el pie a lo que mejor sabía hacer: llevar sonidos a la guitarra, imitarlos y dar a su creación una vitalidad raras veces conocidas en el rock. Todo esto ocurría a fines de la década de 1970.
De esa época viene su álbum debut llamado simplemente Van Halen, de 1978, un prodigio al aire. La instrumentación de Eddie era notable en un tema como Eruption, en tanto que David Lee Roth hacía una versión altamente sexual de Ice Cream Man, del bluesman John Brim. Y uno de sus logros mayores fue el cover de Los Kinks en la canción You Really Got Me, casi a la altura del original, tan así es que algunos jóvenes, desinformados y despistados pueden llegar a pensar que es original de Van Halen.
Pero fue la canción Jump de 1984, con un riff de sintetizador interpretado por Eddie el corte que los llevaría a la gloria definitiva, abierta y flagrante. Pero en el corazón de Van Halen se sabía que además del éxito musical, la afición por la bebida de Eddie y la aparente incompatibilidad que dio pie a la reposición de David Lee Roth por Sammy Hagar. No fue un mal remplazo y sirvió a los fines de los hermanos Van Halen, amos y señores de la banda bajo su nombre. Pero este es el momento de honrar a Eddie que nos ha dejado. Quede para nosotros, mortales, la esencia de su trabajo virtuoso con uno de los mayores grupos de rock de la historia reciente, el hombre que paladinamente declaraba como “accidentes laborales”. Aducía que las púas metálicas que usaba para interpretar la guitarra siempre estaban entre sus dientes y ello podría haberlo llevado al cáncer. Pero la verdad es que fue un hombre de excesos. Lo salva su franqueza: no se consideraba una estrella del rock, apenas un hombre obsesionado con tocar la guitarra, lo que amaba más que nada en el mundo.
Lo saludaremos con ganas de escuchar su endemoniado instrumento entre las brasas del infierno. Paz en su tumba.