Este 25 de enero ha muerto uno de los más grandes artistas de Latinoamérica: el ecuatoriano Enrique Tábara. Ha ocurrido en su hacienda en la provincia de Los Ríos a los 90 años. En estos días, el maestro Tábara trabajaba en una de sus obsesiones, el arte precolombino y para ello se había propuesto crear un museo dedicado al tema. La finalización de ese trabajo queda en manos de las autoridades.
Hizo estudios en la Escuela de Bellas Artes, en 1946, donde fue influenciado por Hans Michelson y de Martínez Serrano. Se retiró de la escuela sin graduarse. Pero Tábara se formó muy bien, en el estudio del realismo social y de lo que venía detrás en el arte de este país y del mundo: estudió a Camilo Egas, Diógenes Paredes, Moscoso, Kingman. De esa época data su inclinación a recoger a los marginados en sus obras: negros, mulatos, las “prostitutas de la calle Machala, a los carboneros, a las solteronas, y a quienes asistían a los salones de baile. Ese era mi mundo hasta 1953 en que empecé a enfrentarme con las formas del arte moderno”, como lo dijo.
Y el arte moderno atravesó de modo definitivo la obra de Tábara. Fue un moderno, no nos quepa la menor duda. Pese a que tenía los pies firmemente dispuestos en su entorno, su expresión es universal, la toca la pintura europea y norteamericana de medio siglo y los años anteriores con su influjo. Fue un hombre como Benjamín Carrión quien en la década de 1950 compró los óleos “Mujeres” y “La Solterona” para los museos de Quito y Guayaquil de la Casa de la Cultura. La crítica no estuvo a la altura de su tiempo —no suelo estarlo—, se quejaron del “refinamiento estético” incorporado a la Casa de la Cultura.
No se detuvo: se marchó a estudiar en España, se hizo amigo de Will Faber que lo conectó con otros artistas, conoció al poeta Joan Brossa, estuvo en Barcelona y Madrid. El maestro había comenzado a nutrirse del arte universal. Las líneas extremadamente finas de su obra lo llevaron a realizar exposiciones en París y Nueva York desde la década de 1960, y a partir de ello estuvo en las principales ciudades de Europa con su obra. Expuso, esos años, junto a obras de Dalí, Joan Miró o Eugenio Granell. Tábara fue el refinado de la orilla junto a los oníricos.
En 1964 regresó a a Guayaquil para radicarse. Estuvo en Bogotá y a raíza de su exposición, la mítica crítica Martha Traba dijo: “Guayasamín es un mito, Tábara el antimito”. El 67 le fue otorgado el Primer Premio en el Salón de Julio, de Guayaquil. El Banco Central del Ecuador presentó una retrospectiva de sus últimos años. Los años más recientes nos enseñó a ver los árboles y soñar con el blanco, uno de los autores más finos en la historia del arte de este continente. A esta tendencia de su propio arte, Tábara llamó “Pata Pata”.
Desde 2015 contamos con la fundación que preserva su arte. Tábara quiso construir un museo en Cuatro Mangas, recinto a 10 kilómetros de Quevedo, donde ahora ha muerto el gran maestro. Cinco mil piezas arqueológicas de culturas ancestrales y 100 cuadros ha dejado para su concreción el maestro. Pero lo que le debemos, como suele pasar, es la difusión, el homenaje, el estudio, la critica y el reconocimiento público entre la prensa, las editoriales y las autoridades públicas. Que Tábara lo obtenga.