En tiempos de campaña electoral estamos ya acostumbrados a ser bombardeados por distintas vías. Lo que en su tiempo fue la radio, según Schwartz, uno de los estrategas de la publicidad política, hoy ha sido tomado por los medios de comunicación tecnológicos al alcance de la mano (esto de la mano ha dejado de ser metafórico: que caben en una mano, podríamos decir). Si Bolsonaro de Brasil subió como la espuma en su campaña electoral elaborada sobre la base de mensajes emocionales directos dirigidos a sus potenciales votantes, del mismo modo lo ha hecho el tenebroso partido Vox en España.
El principio es lo directo del mensaje: te llega sin peajes, directamente, sin control, sin intermediación de medios o de la anuencia de otros espacios como Facebook. La compulsión que tenemos en el mundo actual con el teléfono celular permite una entrega inmediata.
La presencia del celular en nuestras vidas no solo es preocupante sino también gravitante y decisiva. De acuerdo con el MIT, las noticias falsas, las llamadas fake news se difunden seis veces más rápidamente que los reales lo que da cuenta de la naturaleza del mundo actual: la pasión por el escándalo y la rapidez de la información vía telefónica.
Para la victoria de un Bolsonaro en Brasil, y ahora para su progresivo desinflamiento a causa de la administración de la crisis con ocasión del Covid-19, el WhatsApp fue determinante del mismo modo que ya lo fue en un pasado reciente para el Ocuppy Wall Street y otras congregaciones de disconformidad social.
El caso de Bolsonaro es ejemplar en su ascenso al poder en Brasil: no hizo campaña después de ser apuñalado en un mitin político y no le hizo falta: de acuerdo con Datafolha , el 61% de sus votantes se informó vía WhatsApp y la Folha de Sao Paulo nos dio a conocer que el 97% de las noticias relacionadas con Bolsonaro esos días eran falsas o manipuladas.
Y es que la urgencia por contenidos cierto o falsos es un delirio en nuestro tiempo. Los nuevos políticos desestiman de plano la presencia en los medios tradicionales, que si bien otorgan prestigio, no tienen el impacto inmediato que un mensaje de WhatsApp en el corazón del consumidor, simpatizante o votante al que se aspira. En 2015, el investigador Antoni Gutiérrez-Rubí, publicó “La política en tiempos de WhatsApp” en el que develó que el potencial del WhatsApp era mucho mayor que crear tendencia en Facebook: «Las redes sociales son un terreno más propicio para la comunicación o la interacción política, pero WhatsApp es un terreno fértil para la propaganda. Ése es el gran cambio»
Una de las razones de la ofensiva letal que ofrece WhatsApp es que la información no puede ser rebatida: uno se entera, la cree o la deshecha pero no existe posibilidad para la contrarréplica o el desmentido como en Twitter o Facebook: «en WhatsApp es difícil operar desde el punto de vista de la contraofensiva, así que quien tenga mayor capacidad para difundir contenidos y esparcirlos va a tener mayor capacidad competitiva. Y, encima, si no tienes esa capacidad para generar contenidos, te los puedes inventar», dice Gutiérrez-Rubí. Lo importante es el manejo de las bases, los horarios del ataque, la pertinencia y efectividad del mensaje.
Con todo esto se vive más el deterioro de los canales tradicionales de ataque e información política, hecho dividido, claro está, por segmentos de edad. “En 2018, por primera vez, la televisión ha dejado de ser la primera fuente porque la gente ya se informa por redes sociales e internet. Cada vez más por WhatsApp, que es donde está todo el mundo”. Lo importante es el vocerío, la credibilidad viene fundamentada en que quien entrega la información tenga confianza para el receptor en el contexto personal, familiar, empresarial, íntimo. A partir de ello todo es posible. Como un mensaje de WhatsApp.