Si hay dos mandatarios que hacen méritos hoy en día por el infortunio de sus declaraciones, el desatino de sus acciones y la espectacular respuesta en sus reacciones, esos son Bolsonaro en Brasil y Donald Trump en los Estados Unidos. Ahora los dos han optado por adherir a quienes desean romper el confinamiento obligado por precautelar la salud pública de los habitantes de sus países y en teoría impulsar el trabajo tan necesario en el mundo actual pero impedido e imposible ante las precauciones sanitarias.
Hace unos días Bolsonaro ha pronunciado un breve discurso en Brasilia con el objetivo de hacer lo que mejor sabe: provocar. Ante sus desatinos en la toma de medidas frente al Covid-19 y la consecuente devaluación de su imagen, el mandatario brasileño ha incitado a sus seguidores para que respalden una posible intervención de las fuerzas armadas en su respaldo y se opere el cierre del parlamento. Como se ve, poca cosa. Pero como el destino es singular y la broma no conoce tiempo ni lugar, Bolsonaro solo fue interrumpido en sus bravatas por un… ataque de tos.
Frente al Cuartel General del Ejército en Brasilia gritó: “no queremos negociar nada”, encima de una camioneta ante sus allegados que piden una intervención militar urgente con Bolsonaro a la cabeza y a resucitar el AI-5 (Acta Institucional número 5), que en 1968 cerró el Congreso brasileño y suprimió garantías constitucionales. La bravata tiene clara intención: borrar con el codo lo hecho con la mano, en particular el despido de su ministro de salud hace unos días, funcionario que abogaba por mantener el confinamiento y proteger la salud de los brasileños. Al ministro de salud se suman los gobernadores y alcaldes del país más grande de Sudamérica que defienden el confinamiento y las medidas de distanciamiento social para contener al virus.
Como en un flashback hacia tiempos de la más negra intolerancia en América Latina Bolsonaro pidió intervención militar y pidió el cierre del parlamento. Con la más conocida retórica de discurso dijo jurar “un día dar la vida por la patria y vamos a hacer lo que sea posible para mudar el destino de Brasil”. Es decir, banalidades retóricas.
Todo esto se hace también a nombre de la urgencia por retornar al trabajo como también lo ha propugnado Trump, el Bolsonaro de la corbata roja, en los Estados Unidos. Protestas convocadas por sus seguidores en varias ciudades de Norteamérica desafiaron este fin de semana las medidas de confinamiento con la intención de que los gobernadores pongan fin a la medida. Al parecer nos jugamos entre la vida y el trabajo y los populistas de apellido Bolsonaro o Trump abogan porque el trabajo es vida (no les falta razón) pero parecen olvidar que sin salud no hay trabajo ni hay nada. Un puñado de cientos de personas en Texas salieron para exigir el retorno al trabajo en medio del caldeamiento del conflicto, caldo en el que Trump es gran cocinero.
La gran preocupación parece ser retomar la economía cuanto antes y la exigencia es justa. La economía de los Estados Unidos y también de muchos países latinoamericanos como Brasil depende del trabajo de gente que vive su semana a semana. Pero no cabe duda que, entre el paro y los subsidios al paro, tal cual viene ocurriendo en los Estados Unidos, pensar solo en los réditos políticos no es un buen plan para los populistas. Podría ser un bumerang. No son los mejores vientos los marcados por un presidente que tuitea “¡Liberad Michigan!”, “Liberad Minnesota!”, “¡Liberad Virginia!”, los estados en que ha habido movilización para romper la cuarentena. Habrá que ver a Trump en diciembre. Y habrá que ver qué depara el futuro para el siniestro Bolsonaro. Ello mientras tanto. Otros son los que luchan de veras a fondo contra el mal y enfrentan dificultades el doble que mayores que estos políticos.