Aunque la mayor parte de las donaciones de órganos a la ciencia y la medicina se producen cuando los donantes ya han muerto, también hay órganos (y tejidos) que se pueden donar en vida.
Tal vez el ejemplo más común sea el de los riñones, pues tenemos dos pero solo necesitamos de uno para sobrevivir, pero también se pueden donar partes del hígado, los pulmones y los intestinos.
Y, poco a poco, también ha ido aumentando la donación en vida de tejido cerebral con fines científicos -lo suficiente para que el tema mereciera una sesión en la más reciente reunión anual de la Asociación Americana para el Avance de la Ciencia (AAAS, por sus siglas en inglés)-.
“El cerebro humano sigue siendo uno de los mayores misterios de la biología. Y a pesar de los avances tecnológicos, las investigaciones sobre este órgano son limitadas debido a las inherentes limitaciones éticas y de acceso”, empieza la presentación de la sesión, celebrada el pasado 14 de febrero.
Pero “las donaciones tanto de tejido cerebral vivo como de muestras de sangre hechas por pacientes están haciendo progresar la investigación de neurociencia básica y traslacional de maneras sin precedentes”, asegura la AAAS.
Este progreso es el resultado de novedosas colaboraciones entre instituciones de investigación, cirujanos y pacientesque deben ser sometidos a cirugías en el cerebro que, de forma voluntaria, ceden muestras que en otras circunstancias irían a parar a la basura.
Y un ejemplo destacado es el programa liderado por el neurocientífico Ed Lein en el Instituto Allen para la Ciencia del Cerebro, un instituto médico de investigación sin fines de lucro en Seattle, EE.UU.
Como un cubo de azúcar
Según Lein, todas las muestras con las que trabaja son de donantes que se someten a neurocirugía para tratar la epilepsia o extirpar tumores profundos.
Y una vez que los cirujanos extraen las muestras de tejido, del tamaño de un cubo de azúcar, los investigadores las transportan rápidamente al laboratorio y mantenerlas en un medio con nutrientes para que sigan con vida, le explicó el neurocientífico a la revista Science.
Según la publicación de la AAAS, Lein y su equipo obtienen alrededor de 50 muestras de cerebro al año.
Y estas donaciones “in vivo” son particularmente valiosas, pues abren posibilidades que no están disponibles cuando se trabaja con muestras post mortem o se utiliza el cerebro de ratones.
Efectivamente, los cultivos de células y los estudios de roedores ofrecen mucha información sobre lo que sucede en el cerebro, pero para comprender el cerebro humano, los científicos necesitan experimentar con tejido humano, le explicó Lein a Science.
Pero si bien las muestras post mortem son una excelente manera de estudiar la anatomía del cerebro, el tejido vivo permite a los neurocientíficos comprender tres características funcionales clave de las neuronas: su aspecto, cómo se activan y qué están haciendo sus genes.
Según Lein, esta “trifecta” ayuda a los investigadores a monitorear cómo se comportan las neuronas humanas adultas en tiempo real, los que es importante para entender los circuitos cerebrales que subyacen en la cognición y el comportamiento.
Y eventualmente esto les puede ayudar a entender mejor las enfermedades cerebrales y desarrollar terapias para tratarlas.
Por ejemplo, gracias a sus investigaciones con células vivas, Lein y su equipo descubrieron el año pasado que hay grandes diferencias genéticas en los receptores de serotonina en humanos y ratones.
Una diferencia que, según el científico, puede explicar por qué algunas de los fármacos desarrollados para tratar la depresión y la ansiedad que funcionan bien en experimentos con ratones, fallan al ser probadas en humanos.
Poco a poco
A pesar de estas ventajas, sin embargo, las donaciones de cerebro “in vivo” todavía son raras.
De hecho, incluso las donaciones post mortem resultan complicadas, pues el órgano no está incluido entre los disponibles automáticamente en caso de donantes registrados.
Pero si una persona que tiene que someterse a una operación del cerebro quiere aprovechar la oportunidad para contribuir a la ciencia y así tratar de convertir su enfermedad en una oportunidad, programas como el coordinado por Lein son una alternativa.
Y, según Science, en otras partes del mundo instituciones de investigación que realizan este tipo de cirugías cerebrales ya están comenzando a desarrollar sus propios programas de donación de tejidos vivos.