“La ciencia ha surgido dentro de la historia, y aspira a describir los límites del mundo, sus constricciones, sus leyes físicas. No obstante, esas leyes no agotan ni pueden agotar la experiencia, ni tampoco sustituir a la historia, ni a los acontecimientos que se suceden en el transcurso de la vida de los individuos. Los acontecimientos son más densos que cualquier posible descripción científica”.
Son palabras de Gerald Edelman, neurocientífico ganador del premio Nobel, en su libro Bright Air, Brillant Fire, y bien pueden servirnos para describir la relación entre lo propiamente humano —entre lo que se halla el arte y su interpretación— y sus análisis, entre los cuales podemos situar a la ciencia. La relación entre ciencia y arte es tan antigua como el nacimiento de estas dos formas de interpretación y descripción de la realidad, no siempre marcada por la armonía sino que, en algunos casos, por la franca antipatía o repulsión de uno hacia el otro.
Acaso ello se ha dado por el tema de los fines: del conocimiento y la comprobación, en caso de la ciencia, de la exploración del espíritu y la subjetividad en el caso del arte. En esta presentación preferimos este sendero para mostrar el trabajo en el dibujo de una artista que intenta atraer estos dos mundos en muchas ocasiones disímiles y tender un puente que los involucre. Rocío Angélica es una artista de profesión bióloga cuya formación científica le ha permitido iniciarse en este recorrido a partir de una indagación acerca de cómo un individuo común y corriente puede dedicarse al arte, aun cuando parecería no estar dotado para ello, si admitimos el tema de los dones y los talentos innatos. Es el caso de Rocío Angélica que, desde hace unos cinco años comenzó una investigación acerca de cómo estimular las destrezas que todos los individuos poseemos, con el fin de plasmar nuestros temas de interés en líneas y dibujos:
“Empecé a leer artículos científicos sobre neurociencias, cómo el cerebro se activa durante la experiencia estética y me concentré en un libro sobre cómo enseñar a dibujar mediante el uso de los hemisferios cerebrales, escrito por una artista. El libro tiene ejercicios para estimular esa destreza. Después de obtener esos conceptos pude comenzar a dibujar”. Lo interesante de este camino tomado por Rocío Angélica es que su punto de partida, el de una bióloga marina que trabaja y trabajaba en su ámbito científico, fue el del grado cero, desde no haber pintado ni dibujado nada con intención artística hasta convertirse en maestra de dibujo, hoy. Todo se asienta en el método que ella ha elegido para seguir esa ruta.
Analítica por naturaleza, para la artista fue un desafío acercarse a las líneas desde el punto de partida original, primigenio, y ascender desde él hasta la composición más libre. El camino estuvo poblado de cuestionamientos porque había percibido que desde pequeños los seres humanos recogemos conceptos que se convierten en preestablecidos en nuestras cabezas, la idea visual de una silla, la de un rostro o un amanecer y sus correspondencias que admitimos. Son nociones formadas en la infancia que, de acuerdo con Rocío Angélica, no necesariamente obedecen a la naturaleza de lo que percibimos de los objetos y las cosas. Tras enfrentar ese desafío, desbrozar y limpiar de nociones culturales, ella comenzó a dibujar.
“En la infancia estamos en nuestro punto más alto de creatividad pero eso se corta cuando pasamos a nuestra edad más adulta. La parte creativa ha quedado a un lado porque su estimulación quedó en el pasado. Hay falta de estímulo”. En ello reside esta filosofía del dibujo: en que es posible encontrar la estimulación adecuada en todo individuo, aun en el que considera incapaz para dibujar una roca y en lugar de ella traza un sol, aun en el que piensa que jamás podrá plasmar algo. La experiencia de esta científica y artística precisamente se basa en la comunión entre esos dos mundos aparentemente antitéticos, el de la ciencia y el del arte, mediante la exploración de aquellos estímulos que permiten obtener a cualquiera la libertad del trazo en el dibujo. Tal como siguió su camino Rocío Angélica. Su historia puede ser la historia de muchos otros.
Sus dibujos han conocido admiradores y compradores diversos, ha dibujado rostros, colibríes, animales, ha concentrado su ojo analítico en el rostro humano, su despertar y su vejez, ha hecho trazos que han llegado a distintos puntos. ¿Denominador común?: el trazo claro, la libertad, algo de candor y la experimentación. Para ella, esta es su definición: experimentar con la libertad. Al enseñar dibujo se nutre de nociones pedagógicas apropiadas y sobre la base de la estimulación primordial desarrolla su propia metodología. Recordemos que se trata de una bióloga entregada al mundo del arte. En sus manos se dan cita los preceptos de los dos ámbitos y hoy en día los resultados llegan a un puerto estimulante y generoso, el de una dibujante de trazo claro e imaginación en ebullición. Del mismo modo en que puede compartir su espacio con lobos marinos en una isla desierta en las Islas Galápagos para dar cuenta de su comportamiento y socialización, del mismo modo observa a los individuos, al hombre y la mujer de a pie. Es una artista observadora, psicológica, curiosa. Su método no podría ser más sugestivo: el de una mujer analítica, de la observadora de la raíz neurológica en la inclinación al arte. Es decir, es una mirada informada provista de libertad para explorar al tan controvertido espíritu humano. El de la curiosa frente a la cúspide, el de la perceptiva ante el abismo.
Rocío Angélica-Roanpala Neuroart
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