Esta semana ha traído una noticia dolorosa, la desaparición de Quino, el padre de Mafalda. Al parecer la reina de la tira cómica, esa niña inteligente, feona y algo sabiondilla disfrutó de su nombre a partir de unos electrodomésticos llamados Mansfield. En medio de una campaña publicitaria a Quino no se le ocurrió mejor idea que crear a Mafalda.
Y parece que lo hizo muy bien si tomamos en cuenta el dolor expreso que trasmiten sus deudos en toda América Latina. No les falta razón: Mafalda era interpelativa, astuta, juiciosa, sabía de geopolítica y nunca despegaba los pies de la tierra. También fue la quintaesencia de la conciencia infantil: reconduce a los adultos con su humor pensativo acerca del orden de cosas existentes y mueve al cuestionamiento. No deja de ser tierna y está rodeada de un grupo de amigos que sirve al fin edificante de Mafalda: Guille, Manolito y el resto de la troupé. El suyo fue un humor reflexivo.
Reflexivo y todo, el humor de familia conmovió por igual a niños que han proseguido sus carreras hasta ser lo que Mafalda negaba, empezando por la sopa y su ser antimilitar y pacifista. Muchos de ellos, no todos han seguido ese camino. A fin de cuentas nada es culpa de Mafalda: ella fue, apenas, una tira cómica incisiva, preguntona, afrancesada, de humor imprecativo y abierto al desciframiento. No fue la única obra de su autor, Joaquín Salvador Lavado, que ahora deja este mundo para recorrer otra esfera menos cifrada —se supone— y con menos sentidos que cuestionar.
Por eso quizá Mafalda estuvo a la orden del día de las conciencias progresistas de todas las latitudes, de la progresía. Sirvió del mismo modo a la imaginación de un Pablo Iglesias que a la de los caricaturistas de turno de los periódicos bienpensantes, de los liberales y de los progres. A fin de cuentas Mafalda fue solo una tira cómica pero sí que nos enseñó a cuestionar el mundo de los hilos adultos y fantasmas. En ello es heredera de El Principito, otras páginas igual de cuestionadoras y edificantes.
Quino nos tuvo acostumbrados a su humor interpelante, pensativo, amargado, constructivista y de rompecabezas. Su dibujo era impecable igual que lo fue su imaginación crítica. Hay que desear paz para su tumba y los fieles le echarán flores por siempre. Descompuso Picassos domésticos para rearmarlos del mismo modo que dibujó cabezas de multitudes con la gracia que pocos lo han hecho. Ha dejado un legado. Su influencia ha sido continental, tierna y trascontinental.
Queda claro que son demasiados sus deudos. Su misión parece haber sido formarnos para que ahora todos seamos, como al parecer somos, buenos muchachos. Lo que no queda claro es que, si tan críticos hemos sido, formados por Quino todos, hoy se cuenten en nuestras filas tantos, demasiados, canallas.
Xavier Blanco Orozco