Por: Daniel F. López J. PhD.
La educación de los hijos -de su personalidad y carácter-, es una tarea compartida entre la familia, la escuela, la universidad, la empresa y el estado. Lo que inicialmente fue una responsabilidad exclusiva del núcleo familiar, hoy es una responsabilidad sustantiva de los diferentes agentes de la sociedad, en cuanto qué, la naturaleza individual del ser humano supone el ejercicio de la libertad responsable en correspondencia con su naturaleza social, que supone la convivencia pacífica y civilizatoria, a pesar de la diversidad y la singularidad de las personas.
Y es precisamente, la formación de personas libres, profesionales responsables y éticos -comprometidos mediante su trabajo- al desarrollo social, sustentable y sostenible con el medio ambiente, el propósito fundamental de instituciones al servicio de la sociedad, como la Universidad de Los Hemisferios.
No se trata simplemente de una formación integral en valores, como meras premisas de comportamiento social. Se trata de escuchar y comprender cada realidad humana en su justa dimensión, que dignifique a la persona desde su condición natural, que promueva la familia como célula insustituible y constitutiva de la sociedad, que respete la vida en todas sus formas, principalmente la humana, y que, sobre todo, propenda por el servicio a los demás, como expresión máxima de amor a los más necesitados.
La transformación social que busca la Universidad de Los Hemisferios, parte de su estilo educativo profesado por todas sus carreras, programas de postgrado y educación continua, en el que la formación de la persona humana, constituye no solo, un reto y una misión apasionante, sino una obligación moral con la confianza que la sociedad ha depositado en ella.
La formación de personas parte de la antropología propia del ser, como agente de cambio, corresponsable de las problemáticas sociales, económicas y políticas de los diferentes países, en el que la humanidad como causante de estas realidades, también puede ser el protagonista de sus soluciones, a través de la voluntad, la virtud y el conocimiento.
El amor a la verdad supone el eje integrador y transformador de la formación de personas. Solo en la verdad se puede construir una sociedad sólida y permanente. De nada sirve un excelente profesional, si la finalidad de su felicidad es la satisfacción económica y el brillo pasajero del poder. La grandeza humana se mide en términos de servicio y generosidad a los demás. Solo aquellos que logran invertir esta ecuación, logran transformar la sociedad, porque han comprendido que, para transformar la sociedad primero hay que transformarse a sí mismos.