El Victoria&Albert recorre más de cuatro siglos de historia de una prenda que ha superado en mucho su imagen de símbolo japonés y que han vestido desde Madonna a David Bowie
Inolvidable es la imagen del añorado Freddie Mercury embutido en un quimono de color cereza, al tiempo que se sigue identificando en el vestuario de la saga de Star Wars la misma impronta de esa prenda clásica japonesa, también inspiradora de grandes nombres de la alta costura y el diseño: Lanvin, Yves Saint Laurent, Jean Paul Gaultier, John Galliano…
“Y, sin embargo, cuando pensamos en la moda, quizá el quimono no sea lo primero que nos venga a la mente”, subrayaba el director del museo londinense Victoria&Albert, Tristam Hunt, en la apertura de una exposición que lo reivindica como un icono perdurable del estilismo gracias a su dinamismo y capacidad de reinvención más allá de los corsés geográficos, culturales e incluso de género.
Tras una sucesión de exitosas temporadas consagradas a tótems del diseño europeo y británico, desde Mary Quant a Alexander McQueen, pasando por Dior y Balenciaga, el museo londinense rompe ahora una lanza por la visión de una moda cuya invención y tendencias pueden nacer más allá del etnocentrismo occidental anclado en las propuestas de París, Londres o Nueva York.
Y toma como pieza estelar al quimono, símbolo definitivo de Japón, que suele ser percibido como inmutable y tradicional por esas hechuras perennes en las que la forma del cuerpo es irrelevante y el armazón de tela se ajusta a partir del drapeado ceñido por un amplio cinturón.
Pero la aparente simplicidad del patrón “implica que el quimono puede ser desmontado y reconstruido de muchas maneras”, subraya Anna Jackson, comisaria junto a Josephine Rout, de una muestra consagrada a sus mutaciones a lo largo de cuatro siglos que han desbordado las fronteras del imperio en el que nació.
Desde la sofisticada cultura del Kyoto del siglo XVII —todavía hoy gran epicentro de su producción— hasta la creatividad de la pasarela contemporánea, el Victoria&Albert ha reunido más de un centenar de estas prendas para explorar su impacto estético y cultural a lo largo del tiempo.
Más allá del exquisito regalo visual, el despliegue de antiguas y suntuosas piezas que abren la exposición Quimono: de Kyoto a la pasarela (abierta hasta el 21 de junio) relata la obsesión de las enriquecidas clases medias de la era Edo (1615-1868) por las últimas tendencias de la cultura y la moda. Podría decirse que actores, artistas y cortesanas ejercían entonces un papel similar al de las actuales influencers.
La sencilla estructura del quimono desplaza la atención hacia la riqueza de los tejidos, los bordados en oro y los estampados con motivos de hojas de arce, de nenúfares o pájaros exóticos, junto a las pinturas de paisajes encargadas a artistas de renombre.
Una mayor sobriedad, compensada por el lujo de las telas, marcaba entonces los diseños destinados al usuario masculino.
Porque el quimono ha sido una prenda de uso habitual para japonesas y japoneses hasta la última posguerra.
Y destacados artistas de la contemporaneidad decidieron apuntarse a la condición unisex de la prenda o, como David Bowie y su alter ego Ziggy Stardust, la incorporaron a un nuevo estilismo andrógino.
Mucho antes de que lo que algunos describen como apropiación cultural se tradujera en el vestido-quimono diseñado por McQueen para vestir a la islandesa Björk en la portada de su álbum Homogenic, o de que Gaultier recreara a su manera el patrón japonés en el dos piezas rojo que lucía Madonna en el vídeo musical Nothing Really Matters, la sociedad europea de hace más de tres siglos ya se había rendido a los encantos de la prenda.
Retratos de aristócratas de ambos sexos luciendo vestimentas que beben de sus hechuras son el reflejo del inicio de la exportación de quimonos al Viejo Continente por los mercaderes holandeses a mediados del siglo XVII.
Los crecientes intercambios con un mercado japonés más abierto —y que también empezó a importar tecnología extranjera para su industria textil— acabaron sellando en Europa la tendencia de una moda potenciada más tarde por los pintores impresionistas y sus batas-quimono para escenificar un espíritu bohemio y vanguardista.
Su simplicidad y especial atención a los materiales sedujo a modistos de principios del siglo XX, como Paul Poiret, Mariano Fortuny o Madeleine Vionnet, para abandonar los estilos encorsetados a favor de las capas sueltas de tejido que envuelven el cuerpo.
Tomaron el testigo de esa fascinación muchos diseñadores a los que hoy se considera vacas sagradas de la pasarela de las últimas décadas.
La túnica de Obi-Wan Kenobi en el primer filme de la franquicia Star Wars (1977), que exhibe el museo londinense, participa de la estela de una tendencia plasmada en el cine, en el ámbito de la música o de la televisión, con el estilismo de la asesina protagonista de la serie Killing Eve. Adaptado o recreado con toda libertad, el quimono trasciende del manido tópico de la geisha. Ha sido y es una influencia importante en la historia de la moda, y el Victoria&Albert reclama ahora que se le otorgue ese cetro.
El País