Una era se cierra: ha muerto Maradona. El jugador que fue nuestra compañía y nuestro ídolo, la leyenda de nuestro tiempo y el mago que parecía llevar el balón con la mano, ha dejado el mundo a causa de un paro cardiorrespiratorio en Buenos Aires a los 60 años de edad.
Así lo dice el diario argentino Clarín este miércoles estremecedor que nos ha golpeado con la noticia de su muerte llegada desde el austro. Maradona fue Latinoamérica y fue sueño, fue creación y fue escándalo, Maradona fue delicia en el campo de juego e imaginación de que el fútbol, otra vez, podía ser el camino al cielo.
De las barriadas pobres de Buenos Aires vino el ídolo a quien todos quienes amamos llamábamos El Pelusa, el pequeño gran hombre que desde su niñez demostró que el balompié es la forma que hemos inventado los seres humanos para no matarnos unos a otros… a veces. Durante los 90 minutos del juego, el astro argentino hizo posible esta consigna que quedará grabada por siempre en la retina de quienes asistimos a su juego.
Maradona fue gracia y destreza, fue quien llevó por segunda ocasión, en 1986, a la gloria mayor del fútbol a la Argentina, es decir, al corazón de un país en que decir fútbol es decir albiceleste y decir Río de la Plata. El Pelusa nos condujo a conocer el fútbol de Italia cuando el Nápoles lo acogió en sus filas, fue quien condujo a la gloria a un equipo menor que llegó a hacer frente a la Juventus y al Milan porque tenía entre sus filas a un genio como conductor.
“Otro pedazo de mi vida que se va”, acaba de escribir un amigo por chat este día nefasto en que decimos adiós al Pelusa en la redacción de Dolce Vita. Otro pedazo de nuestras vidas que se nos va cuando vemos al ídolo marcar el mejor gol de la historia de los mundiales, en 1986, frente al equipo inglés, o cuando lo vemos acariciar el balón con la mano e introducirlo en la meta de los ingleses. Maradona fue sueño, Maradona fue luz e imaginación, Maradona fue sentido de equipo, lucha, enfrentamiento y potencia. Un ojo sobre la cancha, un compañero que alienta, un titán invencible en su corta estatura, un balletista del fútbol.
A muchos enojó su pose polémica que lo condujo de la gloria en las canchas de América y Europa a juergas interminables donde se le pusiera por delante el champán, las mujeres y la cocaína. Su vida no fue un ejemplo, a la manera de las estrellas de rock. Pero hay algo equívoco en quienes desean encontrar modelos de vida en las estrellas, sean actores de cine o jugadores de fútbol. Maradona fue, es preciso decirlo este momento, simplemente humano, demasiado humano.
Mucho se ha discutido acerca del origen de los grandes ídolos del fútbol, nacidos muchos de ellos en la pobreza y llegados al altar de la fama y cómo ello puede hacerles perder la cabeza. Quizá Maradona fue el mejor ejemplo. A ello hay que sumar sus veleidades: que estuvo con Fidel Castro en Cuba —los dos mueren por coincidencia el mismo día, un 25 de noviembre, Castro en 2016, Maradona este aciago 2020— o con uno y otro caudillo que han pasado por nuestro continente. Pero ello fue su esencia: el reflejo de la conciencia de un continente contradictorio, heterogéneo y multiforme, popular y populista, desigual, carente y glorioso, un continente que puede convertir a un niño de una villa miseria o de una favela en una estrella imperecedera por siglos.
No cabe susurrar un amén. Maradona se merece mucho más, se merece nuestro entendimiento, nuestra razón y, por qué no, nuestro amor en su final. Recordemos sus goles, miremos su figura, contemplemos sus fotografías, escrutemos su perfil cinematográfico en el documento que Emir Kusturica le dedicó, honremos su magia. Quizá Maradona no seamos nosotros mismos pero, con seguridad, Maradona es tu vecino, es tu prójimo.
Gloria al dios del fútbol, Diego Armando Maradona. Gloria eterna al Pelusa.