Se ha usado demasiado la palabra “iconoclasta” pero para el caso es indispensable. Miguel Varea fue un pintor definido por ello y por más: por su conexión con un interior casi insondable que se derretía en sus cuadros como plomo fundido y como telas de araña. A los dos años cayó de un segundo piso en una pirueta desde el moisés en que descansaba y ese puede ser el inicio de la vocación por lo íntimo de Varea. En alguna ocasión dijo ser fanáticos de Pitágoras y no le faltaron pensadores que lo acompañaran en su tarea de explorarse a sí mismo. La conciencia sobre el ser humano marcó una impronta venida de Pitágoras o de cualquier otro en la vida de Varea, una relación del ser humano con el cosmos, un todo integral.
Eso pudo haber sido el eje de la obra de este artista cuya obra es uno de los baluartes en América Latina. De la década de 1970 en que comenzó su trabajo a estos días en que su vida ha hecho una pausa metafísica para dar con el cosmos, Varea compuso una obra enorme de gran valor. Su primera individual la hizo en 1970 en la Casa de la Cultura Ecuatoriana bajo el título “Hace poko la realidad se me salía por los ojos”. En adelante la acuarela, el óleo y la tinta fueron su especialidad con motivos que van del rostro al mundo taurino. Pero siempre la soledad como un suceso de fondo, un latir en el mundo que aísla y antecede a la muerte.
En 2015 se recogió buena parte de su obra con 300 piezas de arte recopiladas especialmente para la muestra. Incluía una obra llamada “Hay un virus que me persigue”, tela de 3 metros por dos. Fue la culminación de un trabajo con más de 25 exposiciones individuales. Ello fue acompañado de la introducción de escritura en sus trabajos y de libros de pensamientos. Publicó volúmenes como Una estétika del disimulo, Sobredosis Patriótika, A la luz de una esperma nuevecita, poesía, en 2015.
Definió a la depresión como una sensación de vergüenza metafísica y se retrató a sí mismo, no solo en sus obras sino con palabras: “estamos socialmente condicionados a considerar como normal y sano el hecho de estar inmersos en el espacio y el tiempo externos. En cambio, el estar sumergidos en el espacio y tiempo internos suele considerarse como una retirada antisocial, una desviación enferma y patológica per se, en cierto modo vergonzosa”. La introspección absoluta. Para quien doblegó el trabajo en plumilla abriéndose paso con escasos referentes como los de Roura Oxandaberro o Viteri y se convirtió en maestro del trazo delicado, el corazón siempre fue y es una materia posible.
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