Un golpe periodístico puso de patitas en la calle a un presidente norteamericano por insólito que pueda parecer. La investigación del diario The Washington Post en plena era de Vietnam en la década de 1970 apartó a Richard Nixon de la presidencia del país más importante del mundo a causa de un proceso de espionaje, extorsión, pagos indebidos a soplones, tejido que llegaba hasta el mismo Despacho Oval de la Casa Blanca.
La investigación fue conducida por los periodistas Bob Woodward y Carl Bernstein, en ese entonces dos jóvenes periodistas al mando del gran editor Ben Bradlee del rotativo que en esos días no era la potencia periodística en la que se convertiría tras esta investigación. Todo comenzó con una noticia secundaria sobre el robo al edificio Watergate, en esos días sede de la campaña presidencial del partido demócrata de los Estados Unidos que luchaba por reelegir a Nixon en la presidencia.
“Tras mis conversaciones con los miembros del Congreso y otros dirigentes, he llegado a la conclusión de que el caso Watergate me ha privado del apoyo del Congreso, que considero necesario para tomar las decisiones más difíciles y cumplir con las responsabilidades de este cargo, de acuerdo con los intereses de la nación. Por consiguiente, renunciaré a la Presidencia mañana al mediodía”. Esas fueron las palabras con que Nixon dijo adiós a la presidencia de los Estados Unidos en un acto de dimisión inédito en la gran nación americana.
La renuncia dirigida al muy poderoso secretario Henry Kissinger fue enviada por Nixon el 7 de agosto de 1974, con lo que el trigésimo séptimo presidente de la nación americana dimitió y evadió una posible destitución por el congreso —amenaza que ha corrido el presidente en funciones, Donald Trump, aunque la petición fue denegada— que hubiera colocado al país al borde del colapso.
La secuencia fue poco menos que casual: cinco estadounidenses de origen cubano irrumpieron en el edificio Watergate en junio de 1972. Intentaban robar de la oficina sede de la campaña opositora pruebas contra el líder demócrata, Larry O’Brien. Pincharon los teléfonos de la sede con equipos ad hoc e instalaron micrófonos. ¿El objetivo? Desprestigiar a los demócratas con el fin de obtener la reelección de Nixon en plena guerra de Vietnam. Pero cometieron un error: el guardia de seguridad del edificio alertó a la policía acerca de que cinta adhesiva había sido pegada a la puerta de ingreso para que no se cerrara. Un error en la operación desencadenó uno de los sucesos más estrepitosos del siglo XX.
La clave en la punta del ovillo fue la siguiente: dos de los intrusos no tenían un pasado ordinario, eran James W. McCord, exagente de la CIA y además funcionario de seguridad del Comité para la Reelección de Nixon, y Howard Hunt, también exagente de la Agencia y consejero de seguridad de la Casa Blanca. Alertados sobre la noticia, Bob Woodward y Carl Bernstein, del Washington Post comenzaron a investigar el hecho, atar cabos, sumergirse en una investigación que duró semanas bajo la batuta de su insigne editor, Ben Bradlee. Bernstein empezó sus interrogatorios a meseros de restaurantes, personal de limpieza, guardias de seguridad, y su compañero Woodward indagó en el entorno de los ladrones. Paso a paso una trama que parecía secundaria conducía directamente al despacho de la Casa Blanca. Todo un tejido de relaciones, pagos, soplones y mediadores fue saliendo a la luz con la investigación de Woodward y Bernstein. De ahí a cortar la cabeza de un presidente de la nación más poderosa había un paso.
“¡Ojo con lo que escriben!”, gritaba el editor Bradlee, viejo lobo de mar y director del periódico a sus jóvenes pero dotados periodistas a cargo de la investigación. Woodward y Bernstein eran acribillados por Bradlee con preguntas que desbarataban sus paulatinos avances. Bradlee exigía pruebas, rigor, contraste. Así, hasta llegar a escribir uno de los reportajes más grandes, profundos y emblemáticos de la historia. Los tres, Bradlee, Woodward y Bernstein, se han erigido como figuras del periodismo del siglo XX.
Y todo estuvo en manos de la prensa, señoras y señores. Buen día a los periodistas.