Disfrutar de un mocaccino mientras se lee “En busca del tiempo perdido” de Marcel Proust es una de las acciones más placenteras que se puede realizar en una tarde soleada. Sin embargo, dada la restricción de movilidad causada por el COVID-19, una actividad tan sencilla como la mencionada ahora parecería ser un lujo.
Las mascarillas, el alcohol y el gel antibacterial se han vuelto parte de la cotidianidad de cada uno. Mantener la distancia física y evitar aglomeraciones no solo es una forma de prevenir nuevos contagios sino que permiten retomar algunas actividades como salir a espacios abiertos, realizar compras o visitar un centro comercial.
Y es precisamente en este punto, en el que el Paseo San Francisco se ha caracterizado por la implementación de varios protocolos para garantizar la seguridad de sus visitantes y colaboradores, al tiempo que ofrece la posibilidad de vivir la experiencia de estar en un espacio diseñado para el disfrute de los sentidos.
El fin de semana, decidí visitarlo nuevamente. Al llegar con mi vehículo, el proceso de desinfección comenzó desde la entrada al parqueadero y al momento de buscar un lugar para aparcar, la distancia se mantiene. Ningún detalle escapa para garantizar la seguridad de todos. En la entrada, se realiza un minucioso control de temperatura, desinfección de calzado y aplicación de gel.
La señalética indica claramente por dónde desplazase, al tiempo que promueve la distancia física entre los visitantes gracias a las huellas de distanciamiento. Decidí tomarme un café y mientras lo hacía, viví un cúmulo de sentimientos. Resulta extraño estar en un espacio amplio y con pocas personas alrededor, pero aquella sensación comenzó a desvanecerse con el paso del tiempo.
Al final había pasado poco más de una hora y disfruté de un momento personal en un sitio que volví a visitar después de varios meses. ¿Volveré nuevamente al Paseo? Definitivamente y la próxima vez, lo haré acompañado de un buen libro.