Se veía venir: el Duque de Edimburgo, esposo de la reina Isabel II, ha muerto a los 99 años. Con él, la corona despide a uno de sus personajes más emblemáticos, históricos. En tiempos en que la serie The Crown ha ventilado los secretos más íntimos de la monarquía británica, el deceso del príncipe consorte, uno de los más ilustres miembros de la nobleza de Gran Bretaña, ha conmovido a las casas reales activas y a los seguidores de la monarquía. En un país en que la monarquía tiene alto nivel de aceptación pero de naturaleza altamente jerarquizada, reyes y reinas siguen siendo objeto de veneración y respeto.
Felipe de Edimburgo estuvo casado con Isabel II durante 72 años y fue príncipe consorte por 69 años. Hemos visto la gallarda fotografía de cuando era joven y otra en la que, ya mayores, acompaña a la reina viva más importante del mundo. Debía caminar seis pasos por detrás de la soberana de Gran Bretaña pero nunca perdió el pie ni la elegancia. No fue un hombre políticamente correcto pero mantuvo su perfil a la altura de lo que su altísima importancia demandaba. Fue padre de cuatro hijos, tuvo ocho nietos y fue bisabuelo de nueve biznietos, este decano de la realeza en todo el continente.
Cien años antes de que el Gran Duque fuese el esposo de una reina, otra inglesa, la reina Victoria que definió una época, tatarabuela de Isabel II, estuvo casada con Alberto de Sajonia. Entre la realeza, para que nos entendamos entre plebeyos, un Felipe, hijo menor del príncipe Andrés de Grecia y de la princesa Alicia de Battenberg, había nacido nació en Grecia, en Corfú, en 1921, pero, como príncipe griego, siempre fue británico. Sin contradicciones: las casa reales europeas estuvieron unidas entre sí por lazos de consanguineidad que mantuvieron estirpe y poder durante siglos. Su tío fue Luis Mountbatten, célebre virrey de la India, muerto a manos del IRA en 1979, quien se ocupó del chaval y , de alguna manera, lo educó y utilizó para cumplir su sueño de controlar la corona de Inglaterra. Y así hasta llegar a la placidez que nos ha conferido durante un siglo la corona inglesa que ahora pierde a una de sus piezas esenciales: el consorte.
Fue conservador como lo es Inglaterra: Felipe de Edimburgo fue cazador, amante de los caballos, los perros, las mujeres, los castillos escoceses, los Barbour, tan conocidos en el mundo de Dolce Vita y Buggatti, y las botas de goma Hunter. Nunca le faltó el bombín, un abrigo de lana de Shetland y la hora precisa. Lo despedimos a la altura de lo que nunca volveremos a ser. Un mundo de la nobleza.