Ya en el siglo XX el Real Madrid fue reconocido con el título de mejor club del siglo XX. Eso ya es una pista. Y también un aviso, porque la autoexigencia que el club se impone a todos los niveles es increíble. De hecho, como le cuentan a todo trabajador que llega a la entidad blanca, el Real Madrid pertenece al club de los tres grandes ganadores: los All Black de rugby, los New York Yankees de beisbol y el Real Madrid en fútbol forman la triplete de instituciones que no aspiran a más que la victoria.
Y el 4 de enero de 2016, Zidane sabía perfectamente el reto que tenía por delante. Llegó tras un periplo irregular en el Real Madrid Castilla y sumido en mil incógnitas que, en apenas unos meses, consiguió diluir de un zarpazo. Con buen mando sobre la jerarquía de vestuario, recuperó a un grupo perdido por Benítez, el anterior entrenador, y estableció el sentido común como base de su éxito: cuidar a las estrellas y recordar a los canteranos que había que sudar para llegar a la titularidad.
Si alguien sabía de la exigencia del club, ése era el ya entrenador del primer equipo. Él, como jugador, sufrió esa misma exigencia para ganar la Champions League de la temporada 2001/02 y sabía qué teclas tocar. Primero, lograr una fortaleza defensiva que hacía aguas. Segundo, dejar que los atacantes se soltaran de cara al área rival para desplegar su potencial goleador. Los Cristiano Ronaldo, Benzema, Modric o Isco vieron en Zidane la figura que necesitaban para lograr su mejor versión sobre el campo.
Aquella campaña, Zidane empezó jugando en Segunda División B contra el Barakaldo y, en mayo, terminó levantando su primera Champions League como entrenador en Milán. Algo inaudito para un entrenador que llevaba sufriendo ataques y menosprecios desde su llegada al banquillo. Pero él, con sus jugadores, formaron un bloque que haría historia a pesar de las críticas.
El Real Madrid volvió a jugar bien al año siguiente. La línea trazada era parecida a la que les ayudó a ganar al Atlético de Madrid en la final de San Siro del año anterior, pero con matices. Aprendió de los errores iniciales y mejoró al equipo en defensa para conseguir un título de Liga que parecía imposible. Corría la temporada 2016/17, otra campaña histórica en la que Napoli, Bayern de Múnich, Atlético de Madrid y Juventus no fueron capaces de evitar el segundo título consecutivo de la Champions League del Real Madrid. Era la primera vez que un equipo conseguía semejante logro en la historia de la competición.
Sin alardes, con humildad y con mucho fútbol. La tercera temporada de la primera época de Zidane en el banquillo del Real Madrid fue la constatación de que Sergio Ramos, Cristiano Ronaldo, Asensio, Casemiro o Benzema ayudaron a consagrar la figura de Zidane como entrenador y la del Real Madrid como Rey de Copas. Llegó la tercera Champions League consecutiva frente al Liverpool de Klopp que, al igual que ocurrió con PSG, Juventus de Turín y Bayern de Múnich, fue incapaz de maniatar al conjunto del francés.
El Real Madrid es el club de los goles imposibles, el club de las estrellas, el club de la furia y el club de los ganadores. No queda otra, no se admite otro discurso. Y los datos ahí están: lo fue en el siglo XX y lo sigue siendo en el siglo XXI. ¿Resultadismo? Puede ser. ¿Realidad? Indiscutible.Y ahí estuvo Zidane que, junto con su equipo, demostró tener los fundamentos básicos de un equipo que ha marcado la historia reciente del siglo XXI.