Todo puede decirse acerca del director David Fincher que acaba de cumplir 58 años, menos que uno permanezca indiferente ante su cine. Al parecer la gran pantalla es un arte al que le viene bien el nombre David y ahí tenemos a Lynch y sus pesadillas, a Cronenberg y sus dobles pesadillas, y a Fincher y sus cuasi pesadillas. Ha impactado nuestras conciencias con Se7en, Fight Club, la entretenida pero demasiado inflada Benjamin Button o La chica del dragón tatuado.
La chica del dragón tatuado es una de las películas más logradas del director. Fincher deseaba lleva a la pantalla la trilogía del personaje de Lisbeth Salander, la afamada obra del escritor sueco Stieg Larsson. Pero La chica del dragón tatuado no alcanzó entre los espectadores la estima que Fincher hubiera querido para continuar su trabajo con Rooney Mara. La saga no pudo completarse y fue una lástima porque en manos de Fincher la historia de Larsson no podía ser mejor llevada.
Pero ha sido La red social la película de Fincher con la que más loas se ha encontrado entre el público y los críticos. Es la historia de Facebook que comienza con un Mark Zuckerberg interpretado por Jesse Eisenberg que bebe una cerveza en compañía de Rooney Mara en el papel de su novia, Erica Albright, al calor del velocísimo guion de Aaron Sorkin. Es una película planteada como una constante ida y vuelta en la que Fincher, si deseamos, pordría remontarse a las obsesiones de un filósofo como Hegel en su afán de reconocimiento y pertenencia. Un estudio humano con banda sonora a cargo de Trent Reznor y Atticus Ross, y el guion trepidante de Sorkin que le hizo acreedor a un Oscar.
Luego de trabajar con él en tres de sus largometrajes (El curioso caso de Benjamin Button, Red social y La chica del dragón tatuado), Fincher volvió a convocar al montajista australiano Kirk Baxter para su thriller de 2014, Perdida, basado en la novela de Gillian Flynn, quien la adaptó para la pantalla. Perdida es, como casi todos las películas del realizador, una obra que funciona en múltiples niveles. Como consecuencia, además de abocarse al whodunit de turno, brinda una mirada inquietante sobre la complejidad del matrimonio (hay algunos guiños a Ojos bien cerrados), y sobre hasta qué punto a lo verdadero se lo encuentra solo si miramos puertas adentro. Por lo tanto, la incorporación de Baxter no es casual: el editor concibe unas secuencias que nos recuerdan a las mejores de Red social, de una apabullante contundencia, también apuntaladas por dupla Ross-Reznor.
Puede que El club de la pelea no sea su mejor cinta pero es la única película de Fincher de culto. Más allá de su obsesión por los personajes desdoblados antisistema, el resto de su obra no presenta la estridencia de esta adaptación de la novela de Chuck Palahniuk. Desde ese ingreso al club con sus reglas hasta un final visualmente extraordinario, El club de la pelea fue comparada con La naranja mecánica de Stanley Kubrick (sin dudas, la influencia más notoria del cine de Fincher) por ese nihilismo a la hora de mostrar la violencia en un mundo de desencanto. De todos modos, el guion no termina de acompañar el estilo visual de un director que se caracteriza por querer que sus películas sean cohesivas, desde la banda sonora (Fincher quería a Radiohead, pero Thom Yorke se negó), hasta la dirección de fotografía, que en este caso sí estuvo a cargo de un compañero de larga data del realizador: Jeff Cronenweth.