La más deslucida de las entregas de los premios Oscar de toda la historia parece colocarnos ante la encrucijada de la desaparición del glamour, al menos en lo que a la esperada gala se refiere. Después de cerca de cien años de entregarse, el Oscar pierde su brillo áureo y parece confinarse en una velada que nos ha recordado a una reunión de jubilados. Pero no solo eso ha sucedido este año, el segundo de la pandemia, sino que hemos visto el desfile de la mayor hipocresía en los rostros de pocos protagonistas de la vieja gran pantalla y una cohorte de anónimos, a cual con piel más oscura como corresponde a tiempos así de convenientes y conveniencieros. En Hollywood, parecería que la piel blanca está en desuso.
Este conciliábulo de mojigatos que se han dado cita en un lugar llamado Union Station en Los Angeles ha hecho gala de discursetes muy a la moda que hacen llorar a moco tendido a los ilusos de turno en un mundo no acuoso sino aguado. Eso que ahora llamamos inclusión y reivindicación se ha posado hasta el último centímetro de las mesas de este bar de mal gusto en el que se han celebrado los premios de 2021, al punto de que unos discursos larguísimos, planos y de por sí vacuos, han querido convencernos de que no ha habido más mundo que el de la maldad de los hombres blancos.
Si bien es cierto que Hollywood ha hecho de buena recadera de las cosas cuando van mal —de los inicios del premio en la era de la gran depresión de 1929 a las postrimerías de la década de 1960 en que la cacería de brujas operada por otros histéricos más ya había consumido las hogueras y los hippies llegaron con sus reivindicaciones de entrepierna feliz y marihuana a pedido a las puertas de los grandes estudios— ahora se le ha pasado la mano. Con la sola y notable excepción de Harrison Ford que, al presentar uno de los premios este 2021, ha recordado la vieja y notable Blade Runner en términos cinematográficos pronunciados por un hombre de cine que representa al cine, el resto han sido monsergas que no merecen nuestros hijos no vayan a morir de aburrimiento.
La antigua gala que pasó de un teatro a otro de Hollywood se ha confinado ahora en el saloncete de nombre tan poco glamoroso como su forma y decorado, y a los convidados no les han servido ni una copa de vino. En Dolce Vita hemos sabido que Steven Soderbergh, niño amamantado en las ubres del cine independiente americano (esa antigualla) ha sido contratado para regir ésta que pretendía ser la renovación de una ceremonia que el año pasado, 2020, el primero de la pandemia, había caído en el piso de espectadores en el mundo. Poco ha podido hacer Soderbergh con el encargo: convertido en mucama de pueblo nada ha servido a los invitados, no le ha dado atril a Harrison Ford, ha hecho de la sensual Laura Dern una monja de la caridad al presentar más de un premio, ha mezclado en coctelera el orden de los premios de la Academia de tal modo que quienes hemos sintonizado esta tortura no sabíamos si era hora del café, el té o la hora de comer un bife (perdónenme por haber dicho bife, hoy solo se comen lechugas, los tomates son muy rojos, pecaminosos).
Algún malvado, de los que abundan hoy en las redes, ha presumido que Soderbergh quizá esperaba que el premio al mejor actor, ahora entregado al final de la noche, fuera a parar con Chadwick Boseman, recientemente fallecido,
Jajajajajajaja
Qué anti climático cierre de #Oscars.Casi seguro de que Soderbergh cambio Mejor Actor para el final imaginando un emotivo speech de la viuda de Chadwick Boseman. Y de repente cierras sin un ganador subiendo a recibir la estatuilla y sin speech. 🤦🏽♂️
— Arturo Aguilar Figueroa (@aguilararturo) April 26, 2021
y, por lo tanto a la orden de un discurso póstumo de sus familiares, lo que cerraría la gala con un tinte largo y lloroso. Pero la Academia, en uno de esos giros intempestivos que acostumbra, ha preferido premiar al extraordinario Anthony Hopkins en la también extraordinaria película The father que ninguno de nosotros sabrá qué hacía en ese palmarés igual de aguado.
Perdido el glamour, se han dado gusto en presentarnos trajes de peluche que parecían de actores secundarios de la década de 1970, vestidos sobrelavados con lejía en las figuras de Frances McDormand, ganadora a la mejor actriz de la dizque gala, o en las figuras de la mejor directora, una señora de nombre Chloe Zaho y de Yuh-Jung Youn, otra señora que se ha ganado el premio a la mejor actriz de reparto. Apartados en su esquina han quedado los filmes Mank o The father (no se diga perlas como Emma, con Anya Taylor-Joy), representantes del viejo establishment y el viejo quehacer de Hollywood.
Para no parecer más aguafiestas en esta fiesta sin bebidas alcohólicas y potabilizada al máximo, con café sin cafeína y té sin teína, hemos de admitir que muy bueno ha sido el reconocimiento a Hopkins y no menos a la mejor cinta en lengua extranjera para Another Round de Dinamarca, en estos Óscares cuya ceremonia parece haber sido preparada por un novato de un curso de eventos sin catering. Como detalle diré que el enfado me ha costado el cierre de mi cuenta de Twitter por haber invitado muy comedidamente en medio de la furia a que el señor Soderbergh —cuya magistral Traffic ha quedado ya en la retina del pleistoceno, habida cuenta de toda la tontería inclusiva de este tiempo gris— tomara un arma e hiciera lo que se debe en estos casos, mala copia de Séneca en la Antigüedad, tiempos clásicos muy bien recogidos por el viejo y extrañado Hollywood.
Aquí los premiados principales:
Mejor Película
NOMADLAND
Mejor Director
CHLOÉ ZHAO
Mejor Actriz
FRANCES MCDORMAND
Mejor Actor
ANTHONY HOPKINS
Mejor Actor de Reparto
DANIEL KALUUYA
Mejor Actriz de Reparto
Youn Yuh-jung
Mejor Película Internacional
ANOTHER ROUND
Mejor Fotografía
MANK
Mejor Vestuario
LA MADRE DEL BLUES
Mejores Efectos Especiales
TENET
Mejor Documental
Mi maestro el pulpo
Mejor Banda Sonora Original
SOUL