Roger Federer, que ya sorteó una situación de emergencia en la 3ª ronda y tuvo que remontar en la siguiente, ‘resucita’ contra Sandgren (6-3, 2-6, 2-6, 7-6(8) y 6-3, en 3h 31m) y se medirá a Djokovic en semifinales
Respira aliviado Roger Federer porque el último susto ha sido monumental, casi definitivo. El suizo, campeón de 20 grandes, progresa de sofocón en sofocón y el de este martes fue mayúsculo.
Transita sobre el alambre en Melbourne este año y a punto estuvo de enfilar la puerta de salida eliminado, de no ser porque Federer siempre será Federer y su capacidad para sortear situaciones de emergencia funciona como nunca.
Avanza trastabillado el de Basilea, contra las cuerdas en este último compromiso no una, ni dos, ni tres veces, sino hasta siete, las bolas de partido de las que dispuso el estadounidense Tennys Sandgren.
Sin embargo, Federer salvó todas ellas y volvió a escapar de otro lío cuando tenía más de pie y medio fuera del torneo, si no los dos: 6-3, 2-6, 2-6, 7-6(8) y 6-3, en 3h 31m.
Suspira la leyenda y no es para menos. Aterrizó en el primer grande de la temporada asegurando que sus expectativas eran bajas y algunos lo interpretaron erróneamente, en forma de farol.
No lo era, porque aunque arrancó como un tiro frente a Steve Johnson, sin haber pisado oficialmente una pista desde hacía más de dos meses, el suizo no está nada fino y si sobrevive se debe única y exclusivamente a la clase que atesora.
Ha aparcado momentáneamente el frac para ponerse el buzo y coger la pala. Es el Federer sufridor.
Ya esquivó una situación terminal en la tercera ronda, al remontar un 4-8 adverso contra el australiano John Millman (47 de la ATP) en el super tie break, y hace dos días también tuvo que remar a contracorriente ante el húngaro Martin Fucsovics (67). Y este martes todavía más, una realidad mucho más cruda.
Sandgren, un tenista cuyo nombre trascendió hace un par de años por sus vínculos con asociaciones de marcado perfil xenófobo, jugó el partido de su vida (27 aces y 73 winners) y tuvo a su merced al coloso, pero no acertó con la puntilla. Desperdició tres opciones en el cuarto set, al décimo juego, y cuatro más en el desenlace final de ese parcial.
“Debería estar esquiando en Suiza, pero estoy en las semifinales”, expresó. “Honestamente, cuando me dijeron que fueron siete, dije como: ¿qué? Pensaba que eran tres… En muchos momentos pensé que iba a perder”, admtió.
Con la lengua fuera y el rostro descompuesto, Federer (38 años) solicitó a continuación atención médica porque sufría del muslo derecho y estaba a un centímetro del abismo.
Está tocado –“no sé si puedo llamarlo lesión, o solo dolor y problemas…”– y así aterrizará en las semifinales, pero su instinto y sus golpes le devolvieron a la carrera histórica por los grandes.
“He tenido mucha suerte”, reconocía en la entrevista con Jim Courier, procesando todavía lo que había ocurrido. Cómo se había salvado. Resucitó, y ahora el cuadro le conduce irremediablemente hacia un choque con Novak Djokovic, que sigue con el turbo y apeó en tres sets al canadiense Milos Raonic: 6-4, 6-3 y 7-6(1).
Padece Federer, aunque se resiste a entregarse y a dejar vía a libre a Nadal y Nole: el viejo campeón no se rinde, de ninguna manera.
Ahora bien, le toca ahora danzar con el serbio por una plaza en la final, y eso es ya otra historia. Será el 50º episodio de una rivalidad en la que domina el de Belgrado por 26-23.
En Melbourne se han enfrentado en cuatro ocasiones, con el registro también favorable al balcánico (3-1). “Soy lo que soy gracias a Rafa [Nadal] y Roger”, zanjó Nole, que en su trazado tan solo se ha dejado un set, por cinco del helvético.